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I+D Revista de Investigaciones ISSN 2256-1676 / ISSN en línea 2539-519X
Volumen 15 Número 2 Julio-Diciembre de 2020 pp. 28-37
abordar, por lo menos en los niveles más elementales,
los contenidos académicos de la educación formal” (p.
182). Pero, aun así, ante esto es importante cuestionar
si la inclusión de formas lingüísticas propias de los
estudiantes, que pueden llegar a ser tan heterogéneas
dentro de un aula de clase, es una estrategia apropiada
para que los niveles de pérdidas de asignaturas o de
deserción disminuyan.
La escuela es un entorno diferente al de la calle o al de
la familia. La escuela determina unas formas lingüísticas
particulares, relacionadas con diversos ámbitos y
universos del discurso. Si bien Areiza et al. (2012) aclaran
que la inclusión en la escuela de variantes propias de
los ámbitos en los que están habituados los educandos
se podría hacer, al menos, en los primeros años de
formación, también es cuestionable que dentro de un
entorno académico se integren prácticas lingüísticas de
un ámbito cuyas voces sean usuales y no técnicas. ¿Cómo
explicar, por ejemplo, qué es un múltiplo o un divisor con
la utilización lingüística de los niños que pertenecen a
comunidades del ñerismo del área metropolitana de
Bucaramanga? ¿Cómo hacerlo cuando los grupos son
tan heterogéneos, es decir, cuando existe más de una
variante dentro del aula? La intención pedagógica es
aceptable, pero la realización es bastante compleja. Es
necesario que los estudiantes de primeros niveles (y de
los que siguen), como sujetos hablantes, se adecúen
a nuevos contextos de interacción comunicativa,
mediante estrategias de uso discursivo por parte de los
profesores. Esto indica que los docentes no orienten sus
procesos haciendo uso de las prácticas lingüísticas de los
estudiantes, sino en función de la edad de ellos y de su
nivel cognitivo.
Dentro de un ámbito académico perteneciente a un
universo del discurso cientíco, no es pertinente el
uso de actualizaciones lingüísticas propias del ámbito
familiar, donde el niño, normalmente, no escucha sobre
ciencia, sino sobre vida, juegos, problemas, viajes,
paseos, etc. Estos ámbitos tan diversos merecen una
práctica diferente en el uso de la lengua. Además, la
situación cambia: en familia, el niño puede dirigirse a
los padres con el n de solicitar dinero para el recreo,
mientras al profesor se dirige para resolver alguna duda
sobre matemática o literatura. Esto no quiere decir que
los ámbitos no se integren o extrapolen. Bien puede
presentarse el caso de un niño que pida dinero a la
profesora para el descanso, porque tiene sensación de
hambre, o que solicite ayuda a sus padres de familia
para realizar una tarea. Lo cierto es que estas situaciones,
también comunes, se emparentan con el ámbito
familiar y académico, respectivamente, pero bien se
reconoce que no son prioritarias ni en un entorno ni en
el otro. Es más, cuando el padre de familia explica una
tarea a su hijo, es posible que lo haga con vocativos
diferentes, con palabras que nacen de impaciencias
y con ausencia de terminología adecuada para tal n, o
con desconocimiento de procesos similares con los que
se logran los mismos objetivos. Algo similar ocurre con
la profesora que le explica al niño que no tiene dinero,
que le queda solo lo del bus o que olvidó la billetera.
Estas explicaciones no son académicas, sino, más bien,
familiares o cotidianas a las que la profesora debe acudir
para entablar una conversación ya no académica, sino
propia de otro ámbito ajeno al escolar. Pero incluso en
este último caso, basta para comunicarse con el niño un
uso estandarizado
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de la lengua y no un uso particular
(por ejemplo, el ñerismo) que devenga de las situaciones
familiares o barriales a las que está habituado el
estudiante.
Todo lo anterior apunta a una actualización adecuada
de la lengua dentro y fuera del contexto académico.
No se pretende con esta propuesta prescribir formas de
hablar, ni tampoco condenar a quienes utilicen cierto
léxico que no ha sido aprobado por la Real Academia de
la Lengua Española. Como se aclaró al principio de este
trabajo, el objetivo no es otro que reconocer las variantes
de una lengua y los contextos en los que se utilizan para
actuar pertinentemente en torno a ellas. Así las cosas,
no se trata de que el niño deje de hablar como habla
en familia, sino, más bien, de que tenga conciencia de
que en la escuela se habla de otra manera, que exige,
por ejemplo, la adecuación de la lengua, tal como lo
arma Giraldo (2016), “de suerte que reexionen sobre lo
expresado arbitrariamente y asuman, de acuerdo con los
ámbitos formales e informales en los que interactúen,
formas signicantes adecuadas” (p. 74).
Si lo que se viene argumentando podría resultar evidente,
¿por qué razón los niños no se comportan de manera
adecuada, en el ámbito lingüístico, dentro del aula de
clase? ¿Por qué las exposiciones siguen plagadas de
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Hernández (2001), quien parte del concepto de norma lingüística
desarrollado por Coseriu, propone la enseñanza de la lengua
estándar en la escuela. Considera importante tener en cuenta todas
las variedades lingüísticas, sin juicios de valor en torno a ellas, pero
también arma que, independientemente de la norma lingüística
a la que pertenezca el estudiante (esto es, sin tener en cuenta las
prácticas lingüísticas propias del estudiante en diversos contextos), es
necesario que entienda y se comunique gracias a un elemento que sea
común a todas las variedades: “Existen, sí, pluralidad de normas, pero
sobre todas, como su máximo común denominador por una parte, y
su mínimo común múltiplo por otra, está la norma estándar, dúctil,
exible, que permite la interacción comunicativa de todo y en todo
el mundo hispanohablante”. Esta propuesta, aunque necesaria y muy
bien argumentada, no es apropiada en la teorización del ser sujeto
hablante, por cuanto no considera prioritarios los usos particulares
de la lengua en contextos diversos (por ejemplo, ¿se puede hablar
de lengua estándar en la enseñanza de la trigonometría? O sea, ¿se
puede explicar una hipotenusa sin hacer alusión a este término?).
Lo cierto es que, en el ejemplo propuesto, la profesora opta por una
actualización estándar de la lengua pertinente en el momento y para el
nivel cognitivo del niño, que también entiende, sin necesidad de que la
docente trascienda a los usos lingüísticos del ámbito familiar o barrial.
Jhon Alexánder Monsalve Flórez
Ser sujeto hablante en el aula de Lengua Materna